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jueves, 21 de febrero de 2013

EPÍLOGO



Udyat entro en la gran sala comunal. Su semblante era sombrío. Junto a él le acompañaba Terghian y Maesteles, el Apóstol. Era mejor así, ya que lo que le tenía que comunicar a su señor no era una buena noticia.
Sentado en un trono, un legionario astarte miraba a los recién llegados. Llevaba una armadura Máximus, de color verde marino, pero parecía retorcida. Aun se notaba que era tal pero parte de ella estaba reparada con partes de otras armaduras, algunas más antiguas, otras más modernas. También había cambiado algunos de sus símbolos. Donde antes había estado el Águila Imperial, esta había sido removida y remplazada por otros símbolos, como cráneos. Y también símbolos como la estrella de ocho puntas, que llevaba en una de sus hombreras. La otra era una hombrera Máximus, con el símbolo de un ojo garabateado, medio borrado. Y en uno de los brazos del trono  había un casco Máximus. Estaba algo deteriorado, por el paso del tiempo, pero aun así no tenía manchas del Caos. Llevaba una capa, de piel de algún animal, que se conservaba en buen  estado.
Pero lo que de verdad imponía de él era su rostro. Era muy parecido al de Udyat, pero una gran cicatriz lo atravesaba.
Udyat y su sequito entraron y vieron que no estaban solos. Saardiar, junto con su lugarteniente, Isstern, estaban allí.
Aquello no le gusto. Miro al Paladín de la Muerte, como le llamaban. Llevaba una armadura muy elaborada, muy gótica, con labrados que emulaban a rostros gritando. Era lógico, ya que Saardiar adoraba a Slaanesh. Era un sádico, un asesino peligroso. Él, su lugarteniente y la caterva de mal nacidos que lo acompañaban siempre eran mortales enemigos de los Elegidos de Udyat. Llevaban una armadura negra, con detalles en un dorado muy fuerte, más que los Elegidos, y sus hombreras estaban pintadas de un color malva oscuro. Sabía que Saardiar ansiaba el poder ser el Elegido, pero su señor lo había hecho a él. Se preguntaba, desde hacía tiempo el porqué, porque su Señor había elegido a Udyat como Elegido.
Al pasar por su lado vio cómo su lugarteniente fijaba sus tres ojos en él. Isstern tenía tres ojos, una tara del proceso de conversión en legionario. Paso casi de refilón y miro osadamente a los dos paladines cultistas, Ashton y Derrick. Ashton llevaba una máscara roja, que le cubría el rostro. Su cabello moreno, hirsuto y áspero  remarcaba su faz. Se hacía llamar su culto  De la Máscara de la Muerte Roja. Llevaba un abrigo de un oficial imperial, al cual torturo durante meses. Y Derrick, que estaba junto a él era otro que tal bailaba. Su especialidad era quemar a sus víctimas. Eran unas malas bestias y no se fiaba nada de ellos, igual que de Saardiar.

Udyat llego ante su señor y se arrodillo.
      -          He fracasado mi Señor- dijo casi en un susurro.
      -          Ya decidiré yo si has fracasado o  no, cuéntame lo que ha sucedido.
      -          Encontré a Lord Abaddon justo cuando se enfrentaba con el Lobo Lunar que los comandaba.
      -          Entonces los informes eran correctos- sonrió- existe esa Legión.
      -          Si mi Señor. Y son poderosos. Su comandante es un hombre muy valiente, osado y temerario.
      -          Descríbemelo.
      -          Era rubio, de rostro agradable, pero serio y a la vez con mucha pesadumbre, como si llevara una gran carga a sus espaldas. Llevaba una armadura como vos, solo lo diferenciaba que estaba mejor conservada y que en una de sus hombreras llevaba el símbolo de los Lobos Lunares, pero debajo aparecía nuestro símbolo del ojo.
El Señor del Caos cerró uno de sus puños y susurro algo para sí mismo.
      -          ¿Les trasmitiste mi mensaje?
      -          Si mi Señor, palabra por palabra.
      -          Ya veo la contestación por parte de Abaddon- dijo-. La verdad es que lo esperaba de él, es de esa forma.
      -          El lealista desapareció de mi vista.
      -          Es lógico que lo hiciera, si es quien creo, no quería estar allí cuando Ezekyle acabase contigo.
      -          Me cogió desprevenido, me atravesó con la Garra y me lanzo después unos metros. Mi Señor no supuse que tuviera tal fuerza.
      -          Lord Abaddon es una caja de sorpresas, espero que aprendieras la lección.
      -          Si mi Señor.
El Señor del Caos vio los destrozos de la armadura de Udyat y lo comprendió perfectamente.
      -          ¿Qué sucedió después?
      -          Cuando me teletransporté, pude ver la batalla desde un punto alejado, pero vi todos los detalles. Los Lobos Lunares lucharon valerosamente ellos solos contra las siete Legiones. Fueron osados y temerarios, incluso las mujeres.
      -          ¿Mujeres?
      -          Si, las legionarias que luchaban con ellos. Eran temibles, con retrorreactores y armas ligeras. Pero aun así fueron superados por número. Entonces se retiraron, la batalla estaba perdida, pero ellos les plantaron cara. Y entonces sucedió lo inesperado.
Udyat miro a su Señor.
       -          Aparecieron de la nada, miles de capsulas de desembarco, y miles de naves de desembarco. Todos los capítulos leales estaban allí, así como centenares de capítulos menores. Incluso vi hasta Custodes entre ellos, Templarios Negros, Caballeros Grises.
Terghian miro al suelo. Aquello lo había turbado.
       -          Una verdadera muestra de hermandad- dijo el Señor-, fueron al auxilio de sus hermanos de batalla.
       -          Si mi Señor. Me sorprendió, no esperaba eso. No esperaba que aparecieran y vencieran a las Legiones.
       -          A mí no me sorprendería, Udyat, eso es algo que espero que aprendas algún día. El honor y los lazos de Hermandad son algo sagrado entre los Astartes.
       -          Huimos mi Señor, debí de apoyar a las Legiones, pero algo me dijo que debía de abandonar aquel lugar.
       -          Mi Señor- dijo Saardiar quien había permanecido callado hasta ese momento- Udyat es un cobarde, como os dije, deberíais de haberme mandado a mí, ahora mismo tendría la cabeza de Abaddon y de ese Lobo Lunar frente a vos.
       -          Ves Udyat. Esos son los lazos de hermandad de nuestra legión. Aprovecha la menor oportunidad para clavarte un cuchillo por la espalda. No somos una legión, solo una banda de perros rabiosos, en eso nos hemos convertido las Legiones. Saardiar, si te hubiera mandado a ti, ahora mismo estarías muerto, como el resto de tus hombres.
      -          Mi señor dadme más legionarios y veréis lo que hago, este…
Saardiar no pudo terminar de hablar, ya que el Señor del Caos alzo su puño.
      -          Hiciste lo correcto Udyat- dijo, y aquello fue un golpe letal en el orgullo de Saardiar-, cumpliste la misión como te había ordenado. Tu misión era ser mis ojos, como dice tu nombre en antiguo aegyptum. Por eso te mande a ti y no a Saardiar, por eso eres tu mi Elegido, el comandante de mi Legión.
Saardiar miro a  su Señor con desprecio.
      -          Ahora si tenéis la bondad, idos, necesito estar solo para pensar.

Todos obedecieron sus órdenes.
Se levantó del trono y solo dijo una cosa acariciándose la cicatriz de su rostro.
      -          Estas vivo, viejo amigo.

Saardiar era un volcán a punto de estallar. Isstern estaba junto a él así como los dos cultistas.
      -          Le he pedido a nuestro Señor mil veces legionarios y mil veces me los ha denegado. En cambio a ese perro de Udyat, incluso en el fracaso lo premia.
      -          Mi Señor- dijo Isstern- quizás deberíamos tratar el tema de otra manera. Quizás alguien más pueda apreciar más nuestras posibilidades que él.
      -          Bien pensado, Isstern, ahora sé por qué eres mi segundo. Ha llegado el momento de que los Elegidos de la Muerte muestren su poder.



La noche era serena y tranquila. Una sombra se marcaba en los jardines de Terra. Una figura, cubierta por un embozo esperaba algo. De repente vio que no estaba solo.
      -          Hola Garviel- dijo la otra figura.
      -          Ahora estoy seguro de que eres tú.
      -          Y yo también. Ha pasado mucho tiempo.
      -          Si, bastante. La última vez que nos vimos no termino bien la cosa.
      -          Lo sé, viejo amigo. Por eso estoy aquí.
      -          Me lo imagino. Creí que habías muerto.
      -          Yo también, durante siglos.
      -          Estuve muerto, Aximand, o debería de decir Horus.
      -          Tú puedes llamarme como quieras.
Aximand se relajó, igual que Loken. Este último se quitó la capucha de su capa y mostro su rostro. Aximand hizo lo mismo.
      -          Estas igual que siempre, Garviel, tal vez un poco más viejo ¿no?
      -          Eso sí, a ti tampoco te ha tratado mal el tiempo.
      -          Peor de lo que crees- dijo señalándose la cicatriz- ¿Cómo está el viejo?
      -          Bien- Loken sonrió-, igual que siempre.
      -          Nunca lo tuvimos en consideración, al final demostró ser un verdadero Lobo Lunar.
      -          Si, lo es.
      -          ¿Cuántos sobrevivieron?
      -          Pocos, solo Nero y unos cuantos más.
      -          ¿El viejo Vipus?, ¿está contigo?
      -          Como siempre, siempre seré su capitán y el la Locasta.
      -          Tengo entendido que tuviste una disputa con Ezekyle de nuevo.
      -          Si, seguro que te lo dijo el exterminador, Udyat creo que dijo que se llamaba.
      -          Sí, me lo conto él, así como muchas más cosas.
      -          Entonces, lo sabes todo.
      -          No Garviel, si lo supiera todo no estaríamos aquí.
      -          Lo sé.
      -          Cuenta.
      -          No hay nada que contar. La muerte del Emperador nos dejó tocados. El Sigilita también murió, así que el Imperio quedo descabezado. Horus se salió con la suya al final. Alguien tenía que tomar el control, una mano fuerte. Ese fue Valdor. Él fue quien nos dio una razón por la que vivir.
      -          Formáis una buena camarilla, tú, el viejo, Garro y Tarvitz.
      -          Podrías estar con nosotros si hubieras decidido aquel día en la Basilika.
      -          Lo sé, las cosas fueron difíciles.
      -          ¿Y tú?
      -          Fui herido durante el ataque a Terra. Casi estaba muerto. Aun así di la orden de teletransportarnos al Espíritu cuando El Señor de la Guerra bajo los escudos. Aparecimos unas cuantas salas después de la cubierta. Vimos como los lealistas, con el Emperador al frente se enfrentaban a los nuestros. Nos retuvieron. Esos Puños Imperiales son duros de verdad, Garviel, no  creas. Solo cuando se retiraron y entre en la habitación vi lo sucedido. Horus estaba allí, tendido en el suelo. Muerto.
Loken lo miro y vio en su rostro una sombra de apesadumbre.
      -          Me acerque a él y vi que estaba muerto. Di las órdenes, y me comunique con los grupos en Terra. Ordene que el Espíritu se retirara de la batalla. Tenía que pensar que pasaría. En ese momento entro Ezekyle. Garviel, nunca lo vi como aquel día, llorando como un niño. Yo también lloraba. Estaba muerto, nuestro Padre, a quien habíamos seguido durante siglos al combate.
      -          En seguida se preparó todo para el funeral. Aun así estábamos divididos. Algunos opinábamos que la campaña debería de seguir, hasta conquistar Terra como había ordenado. Abaddon no opinaba lo mismo, quería huir a un sitio seguro. Entonces comprendí que estaba loco, loco de poder.
      -          Eso es algo que siempre intuimos, Aximand. Abaddon era una bestia, solo contenido por Horus.
      -          Exacto, él lo contenía, pero en aquel momento nadie podía hacerlo. Dio órdenes de pintar de negro las armaduras. Pero habíamos muchos que no estábamos de acuerdo con eso. Sabía que había alguien quien podría hacer algo con Horus, y ese era sin duda Bilis.
      -          Hable con Fulgrim y dio su consentimiento, estaba desecho por la muerte de su hermano, y llorando. Robamos el cuerpo y se lo llevamos a él. Nos dijo que en pocas horas podía tener clones de Horus, pero solo serían eso, clones. No tendrían inteligencia a menos que… su cerebro le fuera trasplantado a alguno de ellos.
      -          Cuando se iba a poner a hacerlo apareció Abaddon. Alguien había avisado que estábamos allí, creo sospechar que fue el propio Fulgrim. Garviel le explique lo que se iba a hacer, que íbamos a devolverle la vida a nuestro Señor, pero no escucho.
      -          Ordeno a sus hombres disparar. Varios de los míos cayeron muertos por sus disparos. Huimos de allí.
      -          Al contrario que el resto, no huimos al Ojo del Terror. Vagamos durante siglos, milenios, hasta que llegamos a un planeta, alejado de todo y de todos. Éramos un centenar o algo así. Muchos habían muerto en las batallas posteriores a la huida, así que tenía que reconstruir la Legión. Cambiamos de nombre, ya no éramos los Hijos de Horus nunca más, ya que Horus había muerto, así que fuimos los Elegidos de Horus, no por él, sino por mí.
      -          Allí comprendí que sin una semilla genética no seriamos nadie. Solo había una persona que pudiera hacerlo y ese era Bilis. Durante mucho tiempo lo busque hasta que hace unos trescientos años lo encontré. Y le conté mi plan.
      -          Me contesto que era complicado sin una semilla genética pura, la mía se había corrompido y necesitábamos una. Y yo sabía dónde estaba. Se lo dije a Bilis, que solo una persona poseía una toma genética de Horus.
      -          Erebus.
      -          Exacto, el poseía el Anathan, la espada con la que hirieron a Horus en Davin. Allí habría restos.
      -          Erebus es una serpiente.
      -          Lo sé, pero era un riesgo que debía de correr. Fui al Ojo del Terror y hable con él. Nos unimos a las bandas, asaltamos, matamos. Y mis hombres comenzaron a cambiar, incluso yo mismo. Note la presencia de los Dioses y aquello me asusto. Cuando demostramos que éramos leales, Erebus nos dio los recursos suficientes, alguna nave más y la prueba genética.
      -          Entonces Bilis fue cuando empezó a trabajar en ella. El primero fue Udyat, a quien se le implanto la semilla.
      -          ¿Pero su parecido?
      -          Esa es otra cuestión. Udyat es un clon, no de Horus como muchos podrían pensar al verlo, si no mío. Es un buen hijo, no creas y obediente. Al contrario que el resto.
      -          Bilis implanto la semilla a más cuerpos, algunos de traidores y muchos de victimas de sus experimentos. Aun así no tengo ni una cuarta parte de tus hombres, dispongo solo de trescientos.
      -          ¿Por qué querías verme, para esto?
Aximand sonrió.
      -          No, no solo para esto. Quiero que me hagas un favor, como amigo.
Aximand saco su espada de energía y se la entregó a Loken por la empuñadura.
      -          Cierra el círculo, mátame. Sé que tu solo puedes hacerlo, quiero que seas tú.
Aximand se arrodillo y bajo la cabeza delante de Loken. Este lo miro, lo observo. Empuño la espada y la activo.
Aximand oyó el crepitar de la energía. Oyó como Loken balanceaba la hoja de la espada y espero, espero lo que hacía siglos que ansiaba, que todo de una vez terminara, las pesadillas, los sueños, todo. Quería estar tranquilo y en paz por una vez.
Sintió el silbido del arma y el golpe.
Creyó estar sordo o como inerte, pero oyó la voz de Loken.
      -          No Aximand, no. Tienes que pagar por lo que hiciste, mataste a mi mejor amigo, a tú mejor amigo. Y la mejor forma de pagarlo es viviendo. Viviendo cada día con su recuerdo, viviendo viendo su rostro y recordando sus mejores momentos. Esa es su venganza. Aprende a vivir con tus demonios internos, no te voy a matar. Sé para ti eso es una redención, así que vive con ello el resto de tú vida. Ese será tu castigo.
-           
Aximand vio como Loken se alejaba. A su lado estaba la espada, clavada en el suelo.
Se levantó y la empuño, desactivándola. Entonces una figura femenina salió de la oscuridad.
      -          Mi Señora- dijo bajando su cabeza.
      -          No hizo lo que esperabas.
      -          No.
      -          Entonces ¿Qué harás?
      -          Servirte, solo te serviré a ti.
      -          Lo sé Horus, tú serás la punta de lanza que de una vez acabara clavada en el corazón de mis hermanos.

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